sábado, 2 de enero de 2016

El retrato que me hicieron hace 2000 años

Por Francisco J. Canales-“Azaustre


[Hace unas semanas envié este relato a la revista digital literaria Visor por si pudiera ser publicado, pero no ha podido ser así. Por ello lo publico en mi blog personal por si a alguien le interesase leerlo. Lo que aquí escribo lo ideé con los sentimientos que me inspiró mi visita al Museo Arqueológico de Sevilla en junio de 2015 y en concreto los rostros de Santiponce.]


Caminaba apasionado paseando a través de largos pasillos y amplias salas en aquel inmenso museo de aquella vieja ciudad. Tan sólo mirando de un lado para otro aquellos vestigios que hace siglos los habitantes de esas comarcas realizaron sin el conocimiento de que siglos más tarde su obra sería mostrada de tal manera a curiosas y extrañas gentes en un mundo tan distinto al que vivieron. Estatuas colosales de emperadores, otras más pequeñas, distintos elementos ornamentales, capiteles, monedas,  mosaicos, toda una representación de arte tallado por las manos de gente de un tiempo ya fenecido. Aquí quedan los restos de aquellas vidas, tesoros únicos que dan testimonio de su paso por este mundo, ahora tras una vitrina de cristal que permita su pervivencia a lo largo de muchas generaciones más.


El cambio de sala a sala no hacía sino impresionarle más con la muestra de dicha laboriosidad antigua, pero en cierta manera, todo lo veía lejano, no como algo propio, no sólo por la distancia de su ciudad materna, sino por el hecho del desconocimiento de la intrahistoria de cada obra de arte y el significado que para él pudiera tener.

Pero de repente, tras atravesar el dintel de una puerta que daba a una pequeña sala, ahí los vio, con sus pétreas y profundas miradas fijadas sobre él, impertérritos ante su presencia. En hilera, sus miradas sin vida le reclamaban la atención que merecían, no había escapatoria, pues para salir de la sala había que pasar ante ellos. Él, sin reacción corporal posible, se quedó delante con un cúmulo de sensaciones que le habían dejado como a ellos, petrificado. Delante de él, una sucesión de retratos romanos con un par de milenios de antigüedad. Había algo raro en sus inertes pieles de piedra, pues si bien eran retratos de personajes ‘desconocidos’ y por lo tanto no tenían la magnitud intrínseca a esculturas de grandes personajes, había cierta atracción ante su presencia. No lograba encontrar si había alguna característica física que le resultara familiar, pero tuvo la sensación de que delante de él estaba el busto familiar de un antepasado directo. Por estadística genealógica era muy probable. No lo sabía ciertamente, no había evidencia que así lo demostrara, pero así lo creyó sin duda, delante de él tenía el rostro de su ‘lejano abuelo’.

No sabía cuál de los allí presentes pudiera ser, ni siquiera si eran varios. No sabía su nombre, ni los años y lugares en que nació y murió, tan sólo que dicho busto se encontró en un yacimiento de la provincia en que se encontraba en ese momento. No sabía los detalles de una vida tan lejana, ni a qué se dedicó, ni los avatares por los que tuvo que padecer. No sabía cuántos hijos tuvo, ni de cuál de ellos descendería. Pero interiorizó que gracias a la existencia de ese ‘abuelo’ que tenía delante, él podía estar hoy donde estaba, encontrándose con sus ancestros en esta fría sala, reencontrándose consigo mismo al reflejarse en la vida de los que le antecedieron.

Pasó un buen rato delante, en una muda conversación en la que tenían mucho que decirse. No se conocían, pero había tantas cosas en común… Le dio las gracias por haber existido, y por haber puesto su pieza fundamental de ese grandioso puzzle en el que ahora él se había convertido en la última pieza. Él, pensó, como pieza con curvas y aristas, encajará con otra a la perfección, para proseguir juntos así en el devenir de las piezas futuras. Pensó nostálgico que existe hoy el retrato fotográfico y que la difusión de las identidades es más sencilla que en el pasado, para que dentro de cientos de años sus descendientes puedan reconocerlo, saludarle y darle igualmente las gracias por su aporte. ¿Quiénes y cómo serán? La genética dirá. Hoy, daba un paso más y se despidió de esta ‘familiar sala’ con pena y cierta nostalgia de un pasado no conocido y un presente que pasará, pero ilusionado en lo que tendrá que venir. Esa mirada vacía pero eterna del ‘abuelo’ seguirá ahí viendo pasar descendientes ante él, quizás sin que éstos sepan cuánto le deben al que ahí se encuentra observándoles desde el púlpito de la Historia.

Nota final: Para quien quiera conocer esos antepasados nuestros, tan sólo tiene que pasearse por las salas del Museo Arqueológico de Sevilla situado en la plaza de América. Y así poder mostrarles un efusivo saludo.

Francisco José Canales López [Canales-“Azaustre”] (Granada / España, 1984). Licenciado en Historia y Máster en Claves del Mundo Contemporáneo por la Universidad de Granada. Actualmente realiza el Máster de Archivística de la Universidad Carlos III de Madrid. ‘Hombre que escribe en sus ratos libres’, ha publicado algunos artículos y cartas de opinión en diferentes medios. Es además autor del blog Un rincón muy “Canalístico”, donde publica dichos escritos, así como reflexiones y demás temas históricos, genealógicos y políticos que le apasionan. Junto a su nombre, utiliza el alias literario Canales-“Azaustre”, apellidos familiares, como homenaje y recuerdo a sus dos abuelos.

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